Así empezó todo
Me llamo Alexander Bolt y hoy quiero contarte la historia de cómo todo esto comenzó.
Verás, todo empezó hace más de 11 años cuando estaba realmente perdido en muchos aspectos de mi vida. Siempre sentí que tenía algo diferente al resto de las personas, pero no encontraba la forma de expresarlo o definirlo.
Sin embargo, hay una cosa que siempre ha tirado de mí en todas direcciones: «La curiosidad». ¡Oh, la curiosidad! Eso es lo que me llevó a indagar dentro de mí para descubrir qué era aquello que me hacía sentir tan diferente… «La curiosidad es el detonante de todo».
El lado oscuro
Toda esta curiosidad me llevó a explorar lo que la gente llamaba «El lado oscuro». Empecé a descubrir un término que le llamaban «BDSM», que en aquel tiempo se utilizaba con mucho más cuidado, tabú y pudor que ahora. Desde entonces, empecé a investigar y a descubrir «cosas» que la gente hacía, cosas que la gente llamaba «kinks».
Un día como cualquier otro, unos amigos me invitaron a una pequeña reunión con gente que yo ni conocía. Fue una reunión en una casa con diferentes grupos de amigos. Yo apenas conocía a dos personas aquella noche: al anfitrión y a su hermana.
Fue una noche como cualquier noche de gente joven con alcohol; todo el mundo comenzó a beber de más y a contar cosas que solo surgen en esos entornos. Yo no estaba preparado para lo que iba a ocurrir esa noche, no porque hubiera bebido, sino porque no sabía que esa noche, en una mesa con mucho tequila, encontraría a la persona que sería mi guía durante muchos años en eso que muchos ni conocían: el BDSM.
El encuentro con Beto
Fue en esa mesa donde conocí a «Beto», un hombre joven que tenía un aura serena, alguien que, si vieras por la calle, jamás pensarías todo el conocimiento y la experiencia que tenía. Alguien de quien nunca podrías decir a simple vista que practicaría cosas como el BDSM. Pero esa noche, en esa mesa, en un juego tonto de «Yo nunca», él descubrió en mí una chispa que ni yo mismo estaba seguro de lo que era. Esa noche estuvimos hablando en general sobre este término «BDSM» y el «Kink».
Todo parecía surrealista y mi incredulidad no tenía límites, pero la cosa no terminó ahí. Él me ofreció algo que me cambiaría la vida para siempre: una simple tarjeta negra con un número de teléfono y una dirección. Sin más, eso era todo. Me dijo: «Si quieres conocer más de esto, ven el viernes a esta dirección. Puedes llamarme a ese número cuando llegues». ¿Qué es lo peor que podría pasar? Solo había conocido a un completo extraño que era aún más extraño que yo y me estaba invitando a un sitio aleatorio. No tenía más opciones, así que fui al sitio.
El taller mecánico
Hoy en día, cuando la gente piensa en BDSM, lo primero que se les viene a la cabeza es 50 Sombras de Grey: un tío rico, una tía con suerte (o no), un montón de lujo, cosas complicadas de dinámicas de poder, contratos y cosas complejas. Pero en aquel entonces, cuando fui por primera vez a lo que yo pensaba que sería la experiencia de mi vida, ocurrió en el sótano de un taller mecánico.
No podía pedir más lujo; era un lugar que no se entendía ni la distribución. Me quedé un poco perdido dando vueltas por los alrededores a las 23:00 de la noche en medio de la nada en un taller mecánico. Era incapaz de escuchar música, ruido o cualquier cosa que pudiera indicarme que había algo de vida. Por un momento, pensé que me había equivocado de dirección o incluso que la dirección estaba mal. Así que decidí hacer lo más sensato: marcar el número de la tarjeta y esperar escuchar la voz de Beto para que me ayudara. Cuando marqué el número, no me contestó Beto, sino una voz femenina que, sin decir nada más, me respondió: «¿Estás fuera?».
Mi mente no pudo hacer otra cosa más que responder de forma lógica, aunque estaba aterrorizado por dentro, respondí «Sí», como si fuera la llamada de un secuestrado, a lo que ella contestó: «Ya salgo a buscarte». Al cabo de 5 minutos, me encuentro con una mujer alta vestida con un complejo traje negro que después me enteraría que le llamaban «Látex». Estaba totalmente cubierta de pies a cabeza, excepto por sus ojos. Mi mente no sabía qué pensar ni qué decir, solo la miraba como si fuera una cosa fuera de este mundo. Sin decirle ni una palabra, me dice: «Sígueme», a lo que me lleva a la parte trasera del taller donde hay una puerta abierta en el suelo que parecía el típico sótano de las películas donde secuestran a la gente y no se les ve nunca más.
No tenía más opción que seguirle el rollo a la hipnótica mujer que me guiaba. Después de bajar unas escaleras, llegamos a una puerta roja de madera muy densa. Llamó a la puerta y nos abrieron para entrar en el lugar más surrealista que me podría haber imaginado
La puerta roja
Ahí estaba, cruzando una puerta roja en el fondo de un taller mecánico, pero lo que encontré estaba lejos de ser algo parecido a un taller. Era un espacio que parecía sacado de una película, con sillones rojos de terciopelo, con una barra de madera con personal sirviendo copas. Las personas vestían de muchas formas diferentes y muchas no vestían nada en absoluto. Mis ojos no sabían donde mirar de tantas cosas que ver, que entender, que preguntar; todo era mucho estímulo. De pronto, en medio de todo aquello, la mujer me dice: «Beto te está esperando en aquella mesa». Giré la cabeza y ahí estaba, en una mesa, vestido de negro, con chaleco y una corbata roja. Ni siquiera parecía la misma persona, pero sabía que era él, así que fui a saludarle. Al verme, lo primero que me soltó fue una sonrisa y me dijo: «Me alegra que hayas venido de negro». Fue entonces en ese momento que empecé a tener algo de conciencia de lo que estaba pasando.
Lo cierto es que fui de negro por mera casualidad; mi conocimiento en el mundo del BDSM no llegaba más allá de la interpretación de algunas prácticas por la industria para adultos y lo que yo me imaginaba, pero no lo había hecho con intención, así que mi argumento siguiente le hizo reír de verdad: «La verdad es que cuando no sé qué ponerme, siempre me visto de negro». Nunca entendí por qué le hizo tanta gracia, pero lo cierto es que su risa se escuchó en todo el espacio. Luego me dijo: «Es que eres de los nuestros, seguro».
La familia BDSM
Esa noche no hice más que observarlo todo, hacer muchas preguntas e irme a casa con la cabeza como un globo a punto de estallar de tantas cosas. Pero desde ese día en adelante, empecé a adentrarme de lleno en el BDSM, ahora no como un aventurero cualquiera, sino de la mano de un mentor que tenía mucha experiencia. Con el tiempo, descubrí que la chica alta era «María», su pareja, y poco a poco fuimos construyendo vínculos entre todos. Descubrí que no solo él era del mundo del BDSM, sino también su padre (Mario) y su abuelo (Humberto). Descubrí que había encontrado a una familia BDSM que no solo era uno, sino tres grandes maestros que al final me ayudarían a convertirme en quien soy hoy.
La disolución y el pacto
La casa de Beto era un grupo de 16 personas que me cambiaron la vida y me hicieron quien soy hoy, junto con otros mentores como su padre y su abuelo. Pero como todo, las cosas a veces terminan de forma inesperada. Por múltiples razones, la casa de Beto se tenía que disolver; era algo que no podíamos controlar ni podíamos evitar. Fue algo que marcó la vida no solo de esas 16 personas, sino la mía para siempre, porque debía tomar una decisión que sabía que sería irreversible: dejarlo todo atrás para empezar de 0 en una tierra desconocida.
Antes de que fuera demasiado tarde, Beto hizo una reunión con todos nosotros, como una despedida. En esa reunión nos hizo cumplir una promesa que hasta hoy en día me persigue. Hicimos un acuerdo:
- Ninguno intentaría buscar a otro de la casa: para mirar hacia adelante y no a la nostalgia.
- Ninguno volvería a establecer contacto con otros: para que, si el destino les uniera, fuera porque así debía ser.
- Finalmente, que donde quiera que fuéramos, enseñaríamos aquello que habíamos aprendido para construirlo de nuevo donde quiera que estuviéramos.
Parecía todo muy duro al principio, pero todos asumimos que así sería. Por lo que aquella reunión se convirtió en una celebración de nuestros últimos momentos juntos.
La rosa
A Beto y a mí nos gustaban mucho las rosas, así que aquella noche le dije que haría de él como una rosa, que me lo llevaría conmigo y lo plantaría donde sea que fuese. De forma simbólica nos regalamos una rosa cada uno, y esa fue la última vez que lo vi.
Estuve muchos años con la promesa en la mente, pero nunca encontré la forma ni la motivación para cumplirla. Cuando salí de aquella burbuja en la que vivía, me encontré con un mundo de BDSM roto, con mucho ruido, con conflictos y lleno de problemas. Con lo que sentía que nada merecía la pena. Sin embargo, algo dentro de mí me decía que tenía que encontrar la forma de hacerlo.
The Bolt Path
Es aquí a donde llegamos a la base de este proyecto. Por fin, después de tantos años, me he puesto a construir una forma de cumplir esa promesa y transmitir lo que he aprendido a lo largo de los años a aquellos que están dispuestos a aprender.
Este camino no es un camino para todo el mundo, pero desde luego, es un camino que llama a aquellos que en el fondo lo buscan, así como me llamó a mí en aquel momento a ir a un taller desconocido en búsqueda de algo que ni siquiera sabía lo que era realmente. Así que este es el principio de todo y, con suerte, será la base de algo transformador que te cambiará la vida, así como me la cambiaron mis mentores en su momento.
Si quieres saber más del proyecto, puedes seguir este enlace.
Te veré en el camino.